Personas y demografía

Demografía cuyo origen filológico es demos (pueblo) grafía (descripción). Se la define como ciencia que tiene como objeto el estudio de las poblaciones humanas, sus dimensiones, su estructura, su dinámica y sus características.

Los estudios históricos y demográficos suelen hacerse como una proyección de la información de un conjunto humano, en un momento dado (sincronía), de la trayectoria precedente del mismo (diacronía) en un territorio determinado.

Livi Bacci Introducción a la demografía define la población como un conjunto de individuos, ligado por vínculos de reproducción e identificado por características territoriales, étnicas, políticas, jurídicas y religiosas.

Sería el punto de partida para estudiar los procesos que inciden en la formación, conservación o desaparición de las poblaciones.

Ibn Jaldún (1332-1406) es considerado en el mundo judeo, árabe y cristiano el padre de la demografía. Con todo mi reconocimiento a Ibn Jaldún manifiesto mi desconocimiento acerca de posibles estudios sobre la población en Asia (oriental, central y una parte importante de la sudoccidental). De igual modo carezco de referencias del continente americano y africano.

La población algún concepto, Antonio Camarero

La población de España 1797 a 1900Antonio Camarero

La población española 1797 a 1857, Antonio Camarero

Población de Madrid en la Corona de España 1797 a 1857, Antonio Camarero

Población de Madrid II 1857 a 1900, Antonio Camarero

Educación en la España franquista 1939 a 1975 II

La población española y la residente en Madrid  a lo largo de aquellos años tenía las siguientes características.

Población de España (Fuente Anuario INE 1973)

Hombres Mujeres Total
1940 12.580.405 13.607.494 26.187.899
1950 13.673.119 14.695.523 28.368.642
1960 15.020.007 15.883.130 30.903.137
1970 16.619.144 17.413.657 34.032.801

Incluye la población en las Colonias africanas

Población residente en Madrid (Fuente Censo)

Hombres Mujeres Total
1940 485.564 603.083 1.088.647
1950 738.826 879.609 1.618.435
1960 1.055.583 1.203.783 2.259.366
1970 1.478.182 1.642.760 3.120.942

En 1940 Madrid ciudad tenía una extensión de 68 kilómetros cuadrados. Su población estaba compuesta por 541.000 capitalinos, los 547.000 restantes procedían de la provincia un 5% y del resto del territorio y del extranjero.

Desde el año 1948 hasta 1954 la Villa de Madrid coloniza y expropia los siguientes municipios Carabanchel Alto y Bajo, Chamartín de la Rosa, Canillas, Canillejas, Barajas, Hortaleza, Vallecas. Desde  1951 El Pardo, Fuencarral, Aravaca, Vicálvaro y Villaverde. Supuso la centralización y la incorporación de 538 kilómetros cuadrados y de una población que según sus últimos censos ascendía a 330.000 habitantes.

Eso representaba que en el censo de 1950 (referencia 31-12) tuviese 757.000 capitalinos, 236.000 más que en 1940, pero procedían de la anexión al menos 261.000.

En el censo de 1970, ya integrados los habitantes de sus municipios colindantes, tendrá 1.454.000 capitalinos, algo menos de un 3% de proceden de la propia provincia y el resto 1.572.000 procedían del resto del territorio y del extranjero.

Durante todos estos censos predomina la presencia de la mujer en todos los grupo. La ciudad de Madrid representaba el 4% de la población española en 1940 y un 9% en 1970.

Si se observa la fecha de nacimiento en 1970, se obtiene:

Nacidos Edades Hombres Mujeres Total
1941 a 1945 29 a 25 106.780 115.757 222.537
1946 a 1950 24 a 20 120.840 126.557 247.397
1951 a 1955 19 a 15 118.722 122.302 241.024
346.342 364.616 710.958
Censo Todas 1.478.182  1.642.760 3.120.942
Porcentaje 23,43% 22,20% 22,78%

El número de personas residentes en Madrid, nacidas desde el final de la guerra, en edades susceptibles de acceder o haber accedido a estudios de enseñanza media y a estudios universitarios, suponía en 1970 de un 22,78%.

Más allá de este conjunto estaban los procedentes de otros territorios y de edades diferentes a las comprendidas en estos datos.

Universidad

En Madrid tenían su sede las siguientes Universidades la Complutense de Madrid, la Autónoma de Madrid (creada en 1968) y la Politécnica de Madrid (creada por agrupación de las existentes Escuelas de enseñanzas Técnicas en 1971) y la UNED (creada en 1972). También estaba presente el ICAI de la Pontificia de Comillas.

Evolución de la población universitaria matriculada en Facultades de Ciencias, Económicas, Derecho, Farmacia, Filosofía, Medicina y Veterinaria. En el curso 1972-1973 se incorporan como Facultades de Políticas y de Ciencias de la Información.

El punto de partida fue el curso 1940-1941 con 33.763 estudiantes en Facultades, de ellos 9.293 en Madrid.

Curso España Madrid
1955-1956 57.030 19.074
1960-1961 64.010 24.448
1965-1966 92.983 30.625
1966-1967 105.370 35.975
1967-1968 115.590 36.575
1968-1969 134.945 42.091
1969-1970 150.094 45.000
1970-1971 168.612 50.692
1971-1972 195.237 55.268
1972-1973 210.441 56.169
1973-1974 251.866 69.487
1974-1975 275.300 76.252

Escuelas Técnicas Superiores

El punto de partida fue el curso 1940-1941 con  1.731 estudiantes en Escuelas, de ellos  1.188 en Madrid.

Evolución de la población universitaria matriculada en Madrid en las Escuelas Técnicas Superiores de Arquitectura, Aeronáuticos, Agrónomos, Caminos, Industriales, Minas, Montes, Navales, Telecomunicaciones e ICAI en Madrid.

Los datos de España añaden Arquitectura de Barcelona y Sevilla, Agrónomos de Valencia, Industriales de Barcelona, Bilbao y San Sebastián, Textiles de Terrasa, Minas de Oviedo, Química de Sarria.

España Madrid
1955-1956 4.429 2.741
1960-1961 17.711 11.003
1965-1966 32.896 19.131
1966-1967 36.038 20.707
1967-1968 38.695 21.342
1968-1969 41.483 22.068
1969-1970 42.045 21.156
1970-1971 44.547 23.601
1971-1972 42.978 21.302
1972-1973 44.738 22.184
1973-1974 45.768 23.037
1974-1975 48.736 25.378

En las Escuelas Superiores se concentraba la enseñanza en los centros de Madrid entre un 60% en los años 50 y un 50% en los últimos cursos de la dictadura años setenta. Mientras que en las Facultades estaba más distribuida la población universitaria en 1960 un pico de un 38% en Madrid, pero siempre en torno a un 30% y descendiendo a un 27% a partir de 1972.

La población universitaria de las Facultades y de las Escuelas Técnicas Superiores supuso en la ciudad de Madrid un tránsito desde los 10.481 estudiantes de 1940-41, a los 21.815 de 1955-56, a los 66.156 de 1969-1970 y a los 101.630 de 1974-1975.

Asentamientos humanos

Diccionario de la Real Academia Española

(solamente he incorporado las acepciones propias del español castellano)

Definiciones de asentamientos de población

Diferentes Formas de vida Se consideran opuestas la Nómada (excluye la temporalidad de la permanencia) y la Sedentaria (excluye la cotidianeidad del desplazamiento y el retorno).

Nómada

Que está en constante viaje o desplazamiento.

Dicho de un individuo, de una tribu, de un pueblo: Carente de un lugar estable para vivir y dedicado especialmente a la caza y al pastoreo.

Sinónimo: Ambulante, Bárbaro, Bohemio, Colono, Errante, Excursionista, Extranjero, Extraño, Foráneo, Forastero, Itinerante, Intruso, Migrante, Móvil, Pasajero, Peregrino, Transeunte, Trashumante, Turista, Vagabundo, Viajante, Viajero, Visitante.

Sedentaria

Dicho de un animal: Que, como los pólipos coloniales, carece de órganos de locomoción durante toda su vida y permanece siempre en el mismo lugar en que ha nacido, y que, como los anélidos del tipo de la sabela, pierde en el estado adulto los órganos locomotores que tenía en la fase larval y se fija en un sitio determinado, en el que pasa el resto de su vida.

Dicho de una tribu o de un pueblo: Dedicado a la agricultura, asentado en algún lugar, por oposición al nómada.

Sinónimo: Estable, Estático, Fijo, Inmóvil. Permanente.

Diferentes tipos de asentamiento y alojamiento

Aduar.- 

Conjunto de tiendas y viviendas pobres que se levantan en zonas marginales y forman un poblado.

Campamento de beduinos, formado por tiendas y chozas.

Alcazaba.-

Recinto fortificado, dentro de una población murada, para refugio de la guarnición.

Alcázar.-

Casa real o habitación del príncipe, esté o no fortificada.

Aldea.-

Pueblo de escaso vecindario y,por lo común, sin jurisdicción propia.

Alfoz.-

Conjunto de diferentes pueblos que dependen de otro principal y están sujetos a una misma ordenación.

Arrabal, término o pago de algún distrito, o que depende de él.

Alquería.-

Casa de labor, con finca agrícola, típica del Levante peninsular.

Conjunto reducido de casas.

Aposento.-

Espacio entre tabiques de una vivienda

Área metropolitana.-

Unidad territorial dominada por una gran ciudad o metrópoli en cuyo entorno se integran otros núcleos de población, formando una unidad funcional, con frecuencia institucionalizada.

Arrabal.-

Barrio fuera del recinto de la población a la que pertenece.

Cada uno de los sitios extremos de una población.

Población anexa a otra mayor.

Asentamiento.-

Instalación provisional de colonos o cultivadores en tierras no habitadas o cuyos habitantes son desplazados.

Fase final de un movimiento migratorio.

Barraca.-

Caseta o albergue construido toscamente y con materiales ligeros.

En las huertas de Valencia y Murcia, casa de labor, hecha de adobes y con tejado de cañas a dos vertientes muy inclinadas.

Barriada.-

Barrio, especialmente en la periferia de una ciudad y formado por construcciones de baja calidad.

Barrio.-

Cada una de las partes en que se dividen los pueblos y ciudades o sus distritos.

Grupo de casas o aldeas dependientes de otra población, aunque estén apartadas de ella.

Behetría.-

Antiguamente, población cuyos vecinos, como dueños absolutos de ella, podían recibir por señor a quien quisiesen.

Buhardilla.-

Parte de un edificio situada inmediatamente debajo del tejado, con techo en pendiente y destinada a vivienda.

Burgo.-

Aldea o población muy pequeña, dependiente de otra principal.

En la Edad Media, fortaleza construida por los nobles feudales para vigilar los territorios de su jurisdicción, donde se asentaban los gremios, entre otros, de comerciantes y artesanos.

Cabaña.-

Construcción rústica pequeña, de materiales pobres, destinada a refugio o vivienda.

Casa pequeña de una sola planta que se suele construir en parajes destinados al descanso.

Casa.-

Edificio para habitar.

Casal.-

Casa de Labor.

Caserío.-

Conjunto formado por un número reducido de casas.

Caserón.-

Casa muy grande y destartalada.

Caseta.-

Casa pequeña que solo tiene el piso bajo.

Casona.-

Casa señorial antigua.

Castillo.-

Lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones.

Castro.-

Poblados prerromanos.

Poblado fortificado en la Iberia romana.

Chabola.-

Vivienda de escasas proporciones y pobre construcción, que suele edificarse en zonas suburbanas.

Chamizo.-

Tugurio sórdido de gente de mal vivir.

Choza.-

Cabaña

Ciudad.-

Conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas.

Título de algunas poblaciones que gozaban de mayores preeminencias que las villas.

Ciudadela.-

Recinto de fortificación permanente en el interior de una plaza, que sirve para dominarla o de último refugio a su guarnición.

Comarca.-

Territorio que, en un país o una región, se identifica por determinadas características físicas o culturales.

Entidad administrativa compuesta por una pluralidad de municipios en el seno de una provincia.

Conurbación.-

Conjunto de varios núcleos urbanos inicialmente independientes y contiguos por sus márgenes, que al crecer acaban formando una unidad funcional.

Convento.-

Casa o monasterio en que viven los religiosos o religiosas bajo las reglas de su instituto.

Cortijo.-

Finca rústica con vivienda y dependencias adecuadas, típica de amplias zonas de la España meridional.

Covacha.-

Vivienda o aposento pobre, incómodo, oscuro, pequeño.

Cueva.-

Cavidad subterránea más o menos extensa, ya natural, ya construida artificialmente.

Distrito.-

Cada una de las demarcaciones en que se subdivide un territorio una población para distribuir y ordenar el ejercicio de los derechos civiles y políticos, o de las funciones públicas, o de los servicios administrativos.

Edificio.-

Construcción estable, hecha con materiales resistentes, para ser habitada o para otros usos.

Estado.-

Forma de organización política, dotada de poder soberano ei ndependiente, que integra la población de un territorio.

En ciertos países organizados como federación, cada uno de los territorios autónomos que la componen.

País soberano, reconocido como tal en el orden internacional, asentado en un territorio determinado y dotado de órganos de gobierno propios.

Conjunto de los poderes y órganos de gobierno de un país soberano.

Estancia.-

Aposento, sala o cuarto donde se habita ordinariamente.

Mansión, habitación y asiento en un lugar, casa o paraje.

Finca.-

Propiedad inmueble, rústica o urbana

Granja.-

Hacienda de campo dentro de la cual suele haber un caserío donde se recogen la gente de labor y el ganado.

Habitación.-

En una vivienda, cada uno de los espacios entre tabiques destinados a dormir, comer, etc.

Lugar destinado a vivienda.

Habitáculo.-

Recinto de pequeñas dimensiones destinado a ser ocupado por personas o animales.

Hacienda.-

Finca agrícola.

Hogar.-

Sitio donde se hace la lumbre en las cocinas, chimeneas, hornos de fundición, etc.

Casa o domicilio.

Familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas.

Centro de ocio en el que se reúnen personas que tienen en común una actividad, una situación personal o una procedencia.

Jurisdicción.-

Término de un lugar o provincia.

Territorio en que un juez ejerce sus facultades de tal.

Poder o autoridad que tiene alguien para gobernar.

Autoridad, poder o dominio sobre otro.

Localidad.-

Lugar o pueblo.

Lugar.-

Población pequeña, menor que villa y mayor que aldea.

Ciudad, villa o aldea.

Lugar que estaba sujeto a un señor particular, a distinción de los realengos.

Mansión.-

Casa suntuosa.

Masía.-

Casa de labor, con finca agrícola y ganadera, típica del territorio que ocupaba el antiguo reino de Aragón.

Merindad.-

Distrito con una ciudad o villa importante que defendía y dirigía los intereses de los pueblos y caseríos sitos en su demarcación.

Sitio o territorio de la jurisdicción del merino (juez).

Metrópoli.-

Nación, u originariamente ciudad, respecto de sus colonias.

Ciudad principal, cabeza de la provincia o Estado.

Monasterio.-

Casa o convento, ordinariamente fuera de poblado, donde viven en comunidad los monjes.

Morada.-

Lugar donde se habita

Municipio.-

Entre los romanos, ciudad principal y libre, que se gobernaba por sus propias leyes y cuyos vecinos podían obtener los privilegios y derechos de los ciudadanos de Roma.

Entidad local formada por los vecinos de un determinado territorio para gestionar autónomamente sus intereses comunes.

Nación.-

Del latín natio, nationis lugar de nacimiento

Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.1

1El concepto de Nación tal como lo entendemos hoy, con su intrínseco componente político, no surge hasta finales del siglo XVIII, coincidiendo con el fin del Antiguo Régimen y el inicio de la Edad Contemporánea (período de tiempo comprendido entre la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América o la Revolución francesa y la actualidad).

(Aparejada lleva la palabra Nacionalidad.- Condición y carácter peculiar de los pueblos y habitantes de una nación. Vínculo jurídico de una persona con un estado.)

País.-

Territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado.

Territorio constituido en Estado soberano.

Palacio.-

Casa solariega de una familia noble.

Casa suntuosa, destinada a habitación de grandes personajes, o para las juntas de corporaciones elevadas.

Casa destinada para residencia de los reyes.

Parroquia.-

Conjunto de feligreses.

Piso.-

Conjunto de habitaciones que constituyen vivienda independiente en una casa de varias alturas.

Población.-

Conjunto de personas que habitan en un determinado lugar.

Conjunto de edificios y espacios de una ciudad.

Conjunto de individuos de la misma especie que ocupan determinada área geográfica.

Poblado.-

Población, ciudad, villa o lugar.

Provincia.-

En la antigua Roma, territorio conquistado fuera de Italia, sujeto a las leyes romanas y administrado por un gobernador.

Distrito de los diferentes en que divide un territorio una orden religiosa y que contiene determinado número de casas o conventos.

Demarcación territorial administrativa de las varias en que se organizan algunos Estados o instituciones.

Pueblo.-

Ciudad o villa.

Población de menor categoría.

Conjunto de personas de un lugar, región o país.

Quinta.-

Casa de campo, cuyos colonos solían pagar como renta la quinta parte de los frutos.

Rancho.-

Lugar fuera de poblado, donde se albergan diversas familias o personas.

Choza o casa pobre con techumbre de ramas o paja, fuera de poblado.

Región.-

Porción de territorio determinada por caracteres étnicos o circunstancias especiales de clima, producción, topografía, administración, gobierno, etc.

Cada una de las grandes divisiones territoriales de una nación, definida por características geográficas, históricas y sociales, y que puede dividirse a su vez en provincias, departamentos, etc.

Todo espacio que se imagina ser de mucha capacidad.

Residencia.-

Lugar en que se reside.

Casa en que se vive.

Casa donde conviven y residen, sujetándose a determinada reglamentación, personas afines por la ocupación, el sexo, el estado, la edad, etc.

Edificio donde una autoridad o corporación tiene su domicilio o donde ejerce sus funciones.

Señorío.-

Territorio perteneciente al señor.

Tabuco.-

Aposento pequeño.

Territorio.-

Terreno o lugar concreto, como una cueva, un árbol o un hormiguero, donde vive un determinado animal, o un grupo de animales relacionados por vínculos de familia, y que es defendido frente a la invasión de otros congéneres.

Porción de la superficie terrestre perteneciente a una nación, región, provincia, etc.

Tugurio.-

Habitación, vivienda o establecimiento pequeño y de mal aspecto

Urbe.-

Ciudad, especialmente la muy populosa.

Villa.-

Población que tiene algunos privilegios con que se distingue de las aldeas y lugares.

Villoría.-

Casería o casa de campo.

Villorrio.-

Población pequeña y poco urbanizada.

Vivienda.-

Lugar cerrado y cubierto construido para ser habitado por personas.

Madrid finisecular, nuevo modelo demográfico

Antonio Camarero.- Madrid finisecular, nuevo modelo demográfico.- Madrid 1985. Páginas 290-300.

Volumen 2. Madrid en la sociedad del siglo XIX. Capas populares y conflictividad social. Abastecimiento. Población y crisis de subsistencias. Cultura y Mentalidades.

Hay ocasiones en las que de antemano resulta difícil hacer del todo comprensible a la mayoría de las personas la importancia, percibida y comprobada por uno mismo, que puede tener un campo de investigación, sobre todo cuando se le posterga siempre, diciendo, sin embargo, que es imprescindible para la comprensión de multitud de fenómenos. Curiosa paradoja: siendo la demografía o, mejor dicho, el estudio de la población imprescindible para hacer historia, como ofrece la dificultad de “trabajar con números”, más vale dejarla en manos de otra gente que no son historiadores.

Todos los historiadores estamos acostumbrados a los datos monótonos, aburridos y, como mucho, curiosos, que nos proporciona el prolífico mundo cuantitativo de la demografía. Pero ello se debe, en especial, a nuestra dependencia habitual, por una parte, de los sociólogos y, por otra, de los geógrafos y urbanistas. Esta dependencia, de unos años a esta parte, ha comenzado a romperse en distintos frentes tanto nacionales como internacionales; destaca, por ejemplo, la labor de Fleury y Henry, en Francia; Brown, Hollingsworth, McKeown, Ringrose, Wrigley y otros, en el mundo anglosajón; etc. Ya es posible apreciar algunos resultados autónomos, con un contenido histórico, en una especialización interdisciplinaria como la demografía.

Cuando se me sugirió que preparase esta comunicación tuve la impresión de que podía convertirse en un amenazador bombardeo de datos. En cambio, debía servir para informar de los caminos por donde discurren hoy en día los estudios de demografía histórica madrileña. He procurado mantener un tono moderado, para no cansar a los asistentes, sin dejar por ello de informarles suficientemente.

Entremos en materia. Todos los historiadores madrileños hemos visto datos demográficos, unos más organizados, otros más descabalados; pero a fin de cuentas conocemos y tenemos forjada una opinión sobre las características demográficas de la Villa y Corte, entre las cuales destaca el rápido ascenso de la población madrileña en el siglo XIX, que parte de unos 170.000 habitantes a principios de siglo, llega a los 220.000 en el año 48 y supera el medio millón a principios del XX.

También tenemos noticias más o menos exactas de la evolución de las tasas de natalidad, de mortalidad total y de mortalidad infantil, de su crecimiento ideal1 y real2 y de su saldo o balance migratorio. Hasta aquí nos encontramos en el mismo lugar, más o menos conocido en profundidad, con mayor interés para unos y menor para otros.

El gran dilema se plantea cuando se han de tratar estos datos históricamente. Para ello resulta imprescindible una concepción teórica de la historia que no se vea entorpecida por rigideces, un método de tratamiento de estos datos que sepa incorporar elementos metodológicos de otras especialidades científicas, y unas técnicas operativas que rompan con los clichés establecidos por otras especialidades.

Por ejemplo: no es lo mismo que se hable de un Crecimiento Ideal autóctono de cien nuevos habitantes, nacidos en Madrid e hijos de madrileños, que de un Crecimiento Ideal dependiente o, lo que es igual, que de cada centena de recién nacidos en Madrid setenta sean hijos de inmigrantes.

Ambos casos, en este ejemplo, nos aportan en términos puramente cuantitativos un crecimiento ideal de cien nuevos habitantes, pero difieren ostensiblemente en cuanto a sus características sociales y, por tanto, históricas.

Si no hay un modo estructurado de tratar los datos, éstos quedan convertidos en un mero número positivo, con todas las connotaciones despectivas que el término lleva implícitas; un dato tan pobre y carente de validez para la historia social -a lo mejor no para otra ciencia- como la desnudez de una fecha o el nombre aislado de un político.

Como dice Carmen del Moral: “No vamos a tener en cuenta (…) ninguno de los hechos característicos de la típica historia externa: ni debates de las Cortes, ni caída y subida de ministerios (…) [que] no contribuye a aclarar los hechos oscuros de nuestra problemática histórica, sino que, por el contrario, añade tal desorden, que a juzgar a simple vista por ellos, el siglo XIX y los primeros años del XX son lo que se proponen nuestros peores manuales históricos: una sucesión ininterrumpida de ministerios, partidos y ministros. Nada más deformador que esta idea, pues la historia contemporánea de España es de una coherencia absoluta, y si no se buscan las raíces de esa coherencia, quedarse en el plano exterior es contribuir deliberadamente al desorden mental”3.

Cuando se empieza a bucear entre los padrones, los censos, los registros de defunciones, nacimientos y nupcias, es constante el asalto de una pregunta: ¿cómo se podría explotar la riqueza de datos que estas fuentes documentales ofrecen con los medios tan artesanales de trabajo de que disponemos los historiadores?

Pues sí, pese a la falta de medios, es posible que avancen las investigaciones demográficas, porque son un soporte básico para la historia social y, especialmente, para la historia de las mentalidades. Olvidemos de una vez las frases hechas y entremos en la investigación.

La demografía histórica permite que comprendamos y conozcamos la historia de los hombres que conforman una sociedad determinada. Esa historia, escrita con minúscula, de los avances y retrocesos en la calidad de vida, de las costumbres matrimoniales, de las diferencias que hay entre la natalidad de una familia urbana y una de inmigrantes, etc.

Hasta hace muy pocos años se ha hablado de la población como un simple apéndice con un comportamiento diferenciador en las coyunturas críticas (económicas o sociales): el motín, la huelga, la acción epidémica. A partir de aquí se desarrollaba el planteamiento de que la presencia de una coyuntura desfavorable, que elevaba la incidencia de la mortalidad, era el resultado de que la estructura social de la población se encontraba desatendida, abandonada. Y a veces hasta sorprendía que el foco epidémico se hubiese desarrollado entre las capas dominantes, lo cual confirmaba de paso el carácter interclasista de la muerte. Así, economistas e historiadores quedaban, al menos en apariencia, muy satisfechos con sus conclusiones. Sin embargo, las desatenciones a que se encuentra sometida la población suelen ser comprobables.

Veamos el caso madrileño. He aquí una sociedad que se comporta “mecánicamente”: por los altos imperativos económicos, masas y masas de población se trasladan del campo a la ciudad en pro de un mejor nivel de vida. Pero esta concepción del “comportamiento mecánico” cae por su propio peso si analizamos la tasa de mortalidad media madrileña, superior a la española4

Es preciso, por tanto, pararse a reconsiderar. Antes que nada observamos la estrecha relación dinámica entre todos los componentes del medio natural en el que se desenvuelve el ser humano: los naturales, como el propio hombre, y los productos de la cultura y la acumulación de aprendizaje de la especie humana. En este contexto, y no en otro, se encuentra el hombre-población sobre el planeta Tierra5.

Dentro de dicha interrelación existe una esfera dominante supraindividual, que consiste en la forma de organizarse que tiene el colectivo social; pero esta organización es dominante para el hombre-población.

Si nos trasladamos en el tiempo a comienzos del siglo XIX, comprobaremos que la mayor parte de la población se encuentra organizada, desde un punto de vista económico, como una sociedad predominantemente rural. Dicho de otro modo, la estructura económica española de principios del siglo XIX se corresponde con un Modo de Producción Feudal, que empieza a encontrar serias limitaciones ante las posibilidades ofrecidas por el mercado mundial, ya puestas de manifiesto a lo largo del siglo XVIII.

Ante la acción social de conflicto surgida contra este modo de producción, las capas dominantes desencadenan una serie de respuestas que desemboca en el intento de transformación social de las estructuras económicas. Es la transición al Modo de Producción Capitalista. Todo ello produce la puesta en circulación en el mercado del medio de producción básico de la sociedad (la tierra), mediante las desamortizaciones y expropiaciones, que adjudican a señores con derechos jurisdiccionales unos derechos de posesión que nunca les habían pertenecido6. Como consecuencia, el hombre-población adoptará una serie de actitudes y comportamientos que permitirán la formación de un mercado de trabajo dependiente de las actuaciones emprendidas por los grupos dominantes.

Otra de las respuestas de las capas dominantes, con una incuestionable repercusión en la población, son las medidas adoptadas para evitar la emigración fuera de España7. Disminuyen entonces los cauces fundamentales de comunicaciones para el hombre-población, que en adelante intentará resolver su problema de inmediato, la subsistencia, con la emigración clandestina, desde luego minoritaria8. Como consecuencia, se produce un estancamiento en el desarrollo de la población, porque no están consolidadas las estructuras productivas que permitan tal desarrollo. Las cifras cantan: hay un crecimiento lento y tortuoso de unos ochenta mil habitantes por año a lo largo del siglo pasado, si aceptamos las cifras del Censo de 1797. Pero más notorio, si cabe, sería el caso madrileño, que hace que la ciudad, en cincuenta años, tenga un crecimiento de 1.000 habitantes (167.000 en 1797 y 217.000 en 1848), lo cual denotaría un equilibrio en su población.

Será a partir de la introducción de los medios de comunicación modernos (el ferrocarril) y de la seguridad en los desplazamientos (gracias a la creación de la Guardia Civil9, cuando el hombre-población empiece a considerar sus posibilidades de desplazamiento interior. Ante la carencia de recursos en su medio natural conocido al margen del sistema (mediante el “bandidaje”) por las medidas de seguridad adoptadas, inicia la búsqueda de un nuevo medio que permita su subsistencia. La puesta en marcha del ferrocarril10 coincide con la necesidad de crear un mercado interior que permita el intercambio de mercancías con seguridad y, entre ellas, la más preciada en el Modo de Producción Capitalista: la fuerza de trabajo.

Una vez consolidados los medios de migración interior, que financian precisamente los desheredados de la tierra11, en su nómada peregrinar en busca de la supervivencia, se produce la consabida apertura de las posibilidades migratorias hacia el exterior12.

En síntesis, los cambios en las relaciones sociales de producción introducen unas condiciones diferenciadas y diferenciadoras en el hombre-población, tanto como fuerza de trabajo propiamente dicha como en su respuesta ante la vida (según se enfrenten o acaten el sistema). En términos económicos, reestructura la población, adecuándola a las necesidades del nuevo sistema productivo, ya sea por medio de la fijación de los hombres a la tierra (Modo de Producción Feudal), ya sea por la usurpación de los medios de producción, que arroja a los hombres al nomadismo del mercado de trabajo capitalista.

El Modo de Producción obliga al hombre-población a trasladarse o asentarse, según las necesidades del sistema productivo.

Estas matizaciones conceptuales pueden arrojar alguna luz en el estudio de la demografía histórica que facilite la comprensión de nuestra realidad más inmediata. La demografía está en el sistema productivo, forma parte de él, pero no es un “apéndice mecánico” en sus respuestas, porque no es lo mismo hablar del sistema productivo y la población que de la población en el sistema productivo13.

Entrando en un terreno más concreto y conocido como sería nuestra ciudad en el siglo pasado, tendríamos un modelo demográfico sustentado en el crecimiento y en la dependencia de una inmigración que se asienta en Madrid.

Apuntamos la definición de un modelo demográfico porque establece una forma específica de poblamiento diferente de los anteriores períodos históricos y abarca, cuando menos, un lapso temporal de unos ochenta años (1848-1930).

Los rasgos más distintivos del nuevo modelo demográfico serían: población autóctona y foránea, ruptura de los comportamientos demográficos urbanos y repercusiones en la mortalidad estructural.

Por población autóctona entiendo la natural de Madrid propiamente dicha, es decir, la urbana con unos hábitos y costumbres específicos y una raigambre diferenciadora de una ciudad cortesana con una estructura feudal de clases sociales. En el concepto de población foránea se engloban desde las clases ascendentes dentro de la nueva sociedad, que buscan la proximidad al centro decisorio del sistema, los clientes de la capital de España (asentadores, especuladores, agiotistas, absentistas, aventureros, et.) hasta los hombres procedentes del nomadismo engendrado por el Modo de Producción Capitalista; este núcleo de población foránea tendrá, en un corto espacio de tiempo, un peso específico, cuantitativamente hablando, superior al de la población autóctona y será el introductor de unos hábitos y costumbres distintos, transformadores de los específicamente urbanos14.

Y digo que se produce una ruptura en los comportamientos demográficos urbanos, a raíz de la alteración del equilibrio de crecimiento real e ideal, cuando la ciudad ha mantenido durante años un crecimiento real basado en el movimiento natural de su población, amén de las posibles incorporaciones de inmigrantes estables o coyunturales, y se convierte en una ciudad cuyo crecimiento no depende de su crecimiento natural, sino casi exclusivamente de las incorporaciones migratorias15.

De tal crecimiento dependiente surgen las alteraciones de la mortalidad estructural. La mortalidad estructural es la producida por las enfermedades contagiosas e infecciosas, cuyo origen no tiene por qué ser epidémico. No se incluye aquí la mortandad producida por accidentes laborales y mecánicos, porque se corresponde en términos cuantitativos con otra esfera de los comportamientos o pautas demográficas propias de una infraestructura sanitaria dotada de medios y de la penuria laboral existente, si bien ambas explicarían y corroborarían con sus datos las argumentaciones de la mortalidad estructural16.

Al mismo tiempo, podemos unificar las diferencias fundamentales y el comportamiento que éstas ofrecen:

  1. Población autóctona que mantiene los comportamientos demográficos y la mortalidad estructural.

  2. Población foránea que altera los comportamientos demográficos y la mortalidad estructural.

  3. Población autóctona que altera los comportamientos demográficos y la mortalidad estructuras.

  4. Población foránea que mantiene los comportamientos demográficos y la mortalidad estructural.

No introduzco las variantes correspondientes al mantenimiento y la alteración diferenciadas entre los comportamientos demográficos y la mortalidad estructural, porque van estrechamente asociados.

Estos cuatro grupos se diferencian, se entremezclan e introducen un nuevo tipo de estructura demográfica madrileña, cuyo modelo se inicia alrededor de los años 50 y se asienta y consolida en los años de la Restauración.

Las explicaciones son obvias. En la ciudad de Madrid empiezan a efectuarse cambios urbanísticos-estructurales de consideración (accesos ferroviarios, desarrollo de mercados, necesidad de ampliación de avenidas, etc.) a partir de los años 50. También consolida su papel centralizador de la administración y de los servicios, hasta convertirse en capital financiera y de transacciones comerciales, cuando el principal comprador a escala nacional es el Estado. Esto es, adecúa la ciudad a un nuevo Modo de Producción, el cual requiere unas transformaciones sociales, económicas y de infraestructura. La respuesta no se deja esperar: una gran masa de población se traslada a la Villa17. Basta una década de transformaciones estructurales del viejo sistema productivo, para que la población experimente un crecimiento superior al que tuvo en el medio siglo precedente.

Los pasos que se inician desde ese momento van a engendrar los grupos anteriormente apuntados: el grupo autóctono y el foráneo, con sus peculiares características.

En demografía, como en todos los campos que operan con el mundo cuantitativo, es imprescindible desagregar los datos estad ´siticos para llegar a unas conclusiones lo más ajustadas posibles y cercanas a la realidad.

Recuérdese la falacia del conocido silogismo: “si en Madrid hay dos habitantes y uno se come un pollo, estadísticamente hablando cada uno se ha comido medio pollo”.

Los mismos errores se comenten en demografía. Tan ardua es la tarea de trabajar con medios geográfico-territoriales comunes, por las constantes reformas administrativas, que se tiende a trabajar con distritos que no se corresponden entre sí en extensión, aunque mantengan la misma denominación (es el caso de las reformas de 1885 y 1902), en los casos que se intenta una mayor desagregación, o con los datos totales de la ciudad. Dicho de otra manera seguimos con la cuenta del medio pollo por habitante.

Para no caer en un error tan burdo, resulta imprescindible adecuar la infraestructura administrativa al devenir de la población. Así, realizaremos una valoración analítica coherente, lo más desagregada posible, que permita vislumbrar un horizonte real, que posibilite afirmar que uno se ha comido un pollo, mientras que su vecino está muerto de hambre.

Madrid inicia su reestructuración como resultado de un Proceso de transición a un nuevo sistema productivo que altera sus coordenadas de crecimiento natural. Estas coordenadas son cambiadas por una masiva migración, que da un rápido vuelco a su estructura demográfica. Además, dicha ciudad viva, en movimiento, carece de capacidad de absorción de los contingentes de inmigrantes percibidos. Dos carencias primordiales motivan esta incapacidad de absorción: la escasez de puestos de trabajo, con el consiguiente abaratamiento de la mano de obra (lo cual reproduce las condiciones de penuria del campo español con un bajísimo consumo), y la infraestructura deficiente, caracterizada por la escasez de viviendas y servicios higiénico-sanitarios, entre otras cosas, lo cual encarece los alquileres y provoca el hacinamiento y la subida espectacular de la mortalidad estructural18.

Ambas carencias repercuten de manera diferente en los grupos anteriormente señalados, dado que el madrileño autóctono y el foráneo que lleva años asentado en la ciudad siguen sometidos a las mismas condiciones de habitabilidad de sus viviendas, que reúnen mejores o peores condiciones, pero de hecho no tienen por qué ver alteradas sus habitaciones. No obstante, este grupo de individuos se encuentra con un componente nuevo que va a cambiar su situación laboral y de vida al ofertar una mano de obra más competitiva tanto en las capas dominantes como en las capas populares, introduciendo un alto grado de movilidad social.

En cambio, el foráneo de reciente incorporación tendrá que integrarse en el ritmo urbano, con escasas posibilidades adquisitivas y en franca competencia por su espacio vital. Se dará, así lugar a una población que manifiesta vivir mejor de lo que realmente vive, a una “escoria” social que ha agotado sus recursos y hace de Madrid un punto obligado de destino, a una “clase agrícola” que vive aceptando nuevas pautas de conducta, etc. Unos se hacinan en las viviendas en condiciones miserables, otros empujan a parte de la población a escalones sociales inferiores.

Los resultados no se dejan esperar y la ciudad se convierte en un hormiguero humano, con un sistema productivo que es incapaz todavía de requerir de una forma estable tan abundante mano de obra. Pero el flujo humano continúa con los problemas ante la incapacidad de orientar las inversiones, que buscan la obtención de rápidos rendimientos, hacia una política de vivienda e infraestructura que dote de servicios básicos a la población y permitan la absorción de la mano de obra, al posibilitar unas condiciones mejores de salubridad habitacional. El goteo se transforma en un mar de muerte que convierte la Villa en una auténtica contradicción con un crecimiento ideal negativo, en contraposición con la España rural, cuyo balance es positivo, y con un crecimiento real superior a la media española.

Si proseguimos con los criterios clásicos, las tasas de Madrid difieren ostensiblemente de las nacionales. Cabe aquí establecer el nuevo criterio en los estudios demográficos madrileños, ya que no caben más especulaciones gratuitas.

¿Quién soporta esta sangría? ¿Madrid y su población autóctona o su población foránea? ¿Las capas populares?

Ante este dilema, la respuesta inmediata es que mueren los menores de un año en una elevada proporción y representan el equis por mil de la mortalidad. Pero reitero la pregunta anterior: ¿de la población autóctona o de la foránea?, ¿de las clases dominantes o de las marginales?

En líneas generales, esta sería la situación iniciada a finales de los años 40 y que se ve consolidada como modelo en los años de la Restauración, que estará vigente durante una parte importante del siglo XX, consistente en un crecimiento poblacional superior al español, que se contradice con su inferior tasa de natalidad y su superior tasa de mortalidad. Es decir, nacen menos personas y mueren más que en el conjunto de España; sin embargo, su crecimiento es superior. Por tanto, establece un modelo de crecimiento demográfico dependiente del movimiento migratorio.

En el Modo de Producción Capitalista la tendencia a la migración del campo a la ciudad es un hecho indiscutible, por la elevada demanda de mano de obra que exige el proceso de industrialización, y por el excedente demográfico rural generado por la tendencia ascendente de la mecanización que sustituye la mano de obra por maquinaria o nuevas técnicas de cultivo. Pero en el caso madrileño no se debe mantener este criterio como base receptora de inmigrantes, pues es harto conocido que el proceso de industrialización madrileño no se emprende, a gran escala, hasta bien entrado el siglo XX (años 60).

En síntesis, Madrid es una ciudad de transición, que antes de adaptarse al nuevo Modo de Producción, recibe una riada de inmigrantes, como consecuencia de las desamortizaciones, que alteran el antiguo ritmo de crecimiento urbano, produciendo una explosión demográfica.

Pero la falta de capacidad de asimilación de dicha riada de inmigrantes varía la dirección inversora al aprovechamiento rápido y beneficioso de una mano de obra abundante y, aparentemente, inagotable. Se producirá, de esta manera, una desvalorización de los potenciales recursos humanos allegados, que dará como resultado inmediato una elevada mortalidad entre los jornaleros y sus familiares. Mortalidad que se refleja o no en los procesos epidémicos, lo que suele suceder, pero que es notoria en el proceso de mortalidad denominado endémico. El crecimiento es dependiente, porque son inmigrantes; la natalidad es dependiente, porque las tasas de reproducción de los inmigrantes mantienen los modelos rurales (cuantos más hijos, más mano de obra); la mortalidad es dependiente, porque es soportada sobre todo por los inmigrantes.

Este el modelo demográfico que ofrece Madrid, con un rápido crecimiento, de origen migratorio, no demandado por su sistema productivo, que repercute en unas tasas urbanas, totalmente desplazadas de las nacionales, superiores en mortalidad e inferiores en natalidad. No es que sea atractivo; es obligatorio para sobrevivir.

1 Crecimiento Ideal sustracción simple entre la natalidad y la mortalidad.

2 Crecimiento Real diferencia entre dos períodos intercensales.

3 Moral, Carmen del. (1974) La sociedad madrileña fin de siglo y Baroja. Madrid. Ed. Turner, pág. 27.

4 Camarero, Antonio (1984): La muerte en Madrid 1900-1920. Madrid. Memoria de licenciatura. Facultad de Geografía e Historia. Tablas VII, VIII y IX.

5 Hawley, Amos H. (1982): Ecología humana. Madrid, 3ª edición. Ed. Tecnos.

6 Marx, Karl (1967): Formaciones económicas precapitalistas. Madrid. Ed. Ciencia Nueva, pág. 161 (…) proceso de disolución [de la relación con la tierra] que convierte a una masa de individuos de una nación (…) en trabajadores asalariados potencialmente libres (individuos obligados simplemente por su carencia de propiedad a trabajar y a vender su trabajo, no supone la desaparición de las anteriores condiciones de propiedad de estos individuos. Por el contrario, supone solamente que su uso ha sido modificado, que se ha transformado su modo de existencia, que han pasado a poder de otras personas (…).

7 Nadal, Jordi (1971): La población española. Barcelona, 2ª edi. Ed. Ariel, págs. 88 y ss. Sobre la política poblacionista del siglo XVIII.

8 Instituto de Reformas Sociales (1905): La emigración. Información legislativa y bibliografía de la Sección Primera técnico administrativa. Madrid, Págs. 13-74.

9 Díaz Valderrama, José (1858): Historia, servicios notables, socorros, comentarios de la cartilla y reflexiones sobre el cuerpo de la Guardia Civil. Madrid, pág. 20. Por Reales Decretos de 14 de marzo y 12 de abril se mandó formar el Cuerpo de la Guardia Civil, … Se encargó su organización al Excmo. Sr. Duque de Ahumada.

10 Casares Alonso, Aníbal (1973): Estudio histórico-económico de las construcciones ferroviarias españolas en el siglo XIX. Madrid. Ed. Estudios del Instituto de Desarrollo económico. Pág. 30. El cambio de estructura que se opera en la economía española a partir de 1855, merced al desarrollo ferroviario, es evidente, estableciendo una nueva red de interdependencias, a través de las cuales la actividad económica sigue nuevos cauces y establece nuevas conexiones.

11 La expresión desheredados de la tierra, empleada en la prensa y la literatura del siglo pasado [XIX], es lo suficientemente rica para necesitar una explicación.

12 Instituto de Reformas Sociales (1905).

13 Engels, Federico (1968): Anti-Düring. Madrid. Ed. Ciencia Nueva. Pág. 291. La concepción materialista de la historia parte del principio de que la producción y, junto con ella, el intercambio de sus productos, constituyen la base de todo el orden social.

14 Revenga, Ricardo (1901): La muerte en Madrid. Madrid.

15 Hauser, Philip (1902): Madrid bajo el punto de vista médico social. Madrid.

16 Mortalidad estructural es aquella que guarda un orden y una distribución determinada en el seno de una sociedad.

17 En 1848, 217.000 habitantes, y en 1857, 281.000.

18 Véase Hauser, Philip (1902); Moral, Carmen del (1974), y Camarero, Antonio (1984).

Distribución urbana de la población de España 1857 a 1900

Distribución urbana 1857 a 1900 (Texto con Tablas y Gráficos. Versión en PDF)

Antonio Camarero Gea. Distribución urbana de la población española 1857 a 1900

La ausencia de un criterio sólido para definir la frontera cuantitativa, entre un municipio urbano o un municipio rural, me obliga a establecer un criterio que deslinde y clarifique los términos de partida. Consideraré como núcleo urbano aquel municipio (aglomeración) que supera los 20.000 habitantes, que tomaré como índice referente de ciudad, al considerarlo así de forma incuestionable la Conferencia Europea de Estadística1.

TABLA IV

Municipios con más de 20.000 habitantes

1857 a 1900

Tipo

1857

Nº de Ciudades

1900

Nº de Ciudades 

Capitales

9,43%

22

15,70%

35

Municipios no capitales

3,49%

19

5,68%

35

Total

12,92%

41

21,38%

70

Fuente: Elaboración propia

En la Tabla IV quedan desglosados los municipios en capitales de provincia y municipios no capitales que superan los veinte mil habitantes, cuantos eran y porcentaje de la población española que contenían en los censos de 1857 y de 1900.

Según el criterio cuantitativo reseñado de 20.000 habitantes que diferencia un municipio como urbano, en el año 1857 vivían agrupados en 41 ciudades solamente el 12,92% de la población. Cantidad que no era muy relevante en sí misma, pero que en un país con una baja densidad de población, significaba la superación de la población total de Castilla y León en ese año. El avance de la urbanización es indicativo y, cuarenta y tres años después, en 1900 ya representaban el 21,38%, lo que casi equivaldría a la población total de las regiones de Castilla y León, Castilla-La Mancha y Navarra concentrada únicamente en esas 70 ciudades.

En este período, el aspecto más destacable, sería el importante incremento de los municipios no capitales tanto en número (casi se duplican) como en población contenida, que aumenta proporcionalmente casi lo mismo (62,75%) que las capitales de provincia, mientras que las capitales incrementan su población en un 66% y crecen en número en un 60%. Podría considerarse que el tránsito hacia una nueva sociedad urbanizada ha emprendido su andadura de una forma constante en la segunda mitad del siglo XIX.

La distribución regional de estos núcleos urbanos, tanto las capitales como los municipios, difiere según las regiones. En uno casos se articulan como una única cabecera urbana regional que ronda el 10% de la población regional en las regiones en declive y baja densidad como es el caso de Aragón (Zaragoza) y Navarra (Pamplona) o en regiones ascendentes de interior y baja densidad Extremadura (Badajoz) donde no alcanza el 5%.

Por el contrario, el poblamiento de cabecera urbana regional se aproxima al 20% en las regiones en ligero declive o ascendentes Baleares (Palma de Mallorca), aunque no es exacto en el caso de Canarias por su bicefalia insular (Tenerife y Las Palmas) y Cantabria (Santander).

En otros, predomina la dispersión urbana con 6 núcleos en regiones de baja densidad y baja concentración como acontece en ambas Castillas o de alta densidad con 7 núcleos como es el caso de Galicia.

Por último, está el modelo de alta urbanización regional, que es en líneas generales el que se ha considerado como modelo de la urbanización española, ya sea concentrada o dispersa, que supera el 25% de la población en sus ciudades, como acontece en los casos de Andalucía, Asturias, Cataluña, Madrid, Murcia, País Vasco y Valencia.

15

Tabla V

Principales ciudades españolas

1857 a 1900

Ciudad

nº de orden 1857 y 1900

1857

1900

Madrid

1 y 1

281.170

539.835

Barcelona

2 y 2

183.787

533.000

Valencia

4 y 3

106.435

213.550

Sevilla

3 y 4

112.529

148.315

Málaga

5 y 5

94.293

130.109

Murcia

6 y 6

89.314

111.539

Cartagena

10 y 7

59.618

99.871

Zaragoza

9 y 8

63.399

99.118

Bilbao

n y 9

17.923

83.306

Granada

8 y 10

68.743

75.900

Lorca

12 y 11

47.918

69.836

Cádiz

7 y 12

70.811

69.382

Valladolid

n y 13

41.943

68.789

Palma de Mallorca

11 y 14

51.871

63.937

Jerez de la Frontera

12 y 15

51.339

63.473

Córdoba

n y 16

42.909

58.275

Santander

n y 17

28.907

54.694

Alicante

n y 18

27.550

50.142

Fuente: Elaboración propia

En el año 1857, de los 41 núcleos citados, tenían especial relevancia doce ciudades, de las que diez eran capitales de provincia y dos eran grandes municipios. La preeminencia vendrá dada como consecuencia del número de personas que agrupaban, pues del total de estos 41 núcleos, había ocho con más de 50.000 habitantes (Cádiz, Jerez de la Frontera, Granada, Málaga, Zaragoza, Palma de Mallorca, Murcia y Cartagena) y cuatro rebasaban los 100.000 (Sevilla, Barcelona, Madrid y Valencia).

El siglo XIX finalizaría con 18 grandes ciudades, de las cuales doce rebasaban los 50.000 habitantes (Cádiz, Córdoba, Granada, Jerez de la Frontera, Zaragoza2, Palma de Mallorca, Santander, Valladolid, Cartagena, Lorca, Bilbao3, Alicante), cuatro contaban con más de 100.000 (Málaga, Murcia, Sevilla y Valencia4) y dos superaban los 500.000 (Madrid5 y Barcelona6). Resulta francamente notoria la consolidación de los núcleos indiscutiblemente urbanos de Cartagena, Jerez de la Frontera y Lorca que forman parte del16 elenco de doce ciudades con más de cincuenta mil almas. El mapa de las grandes ciudades durante este período se asienta, pues no solamente subsisten a lo largo de estos 43 años todas aquellas que conformaban los doce núcleos iniciales de 1857, sino que incluso se incrementa su número en un cincuenta por ciento, al alcanzar un total de dieciocho.

Tabla VI

Crecimiento de los principales núcleos urbanos

1857 a 1900

Bilbao

464,80%

17.923

83.306

Barcelona

290,01%

183.787

533.000

Valencia

200,64%

106.435

213.550

Madrid

192,00%

281.170

539.835

Santander

189,21%

28.907

54.694

Alicante

182,00%

27.550

50.142

Cartagena

167,52%

59.618

99.871

Valladolid

164,01%

41.943

68.789

Zaragoza

156,34%

63.399

99.118

Lorca

145,74%

47.918

69.836

Málaga

137,98%

94.293

130.109

Córdoba

135,81%

42.909

58.275

Sevilla

131,80%

112.529

148.315

Murcia

124,88%

89.314

111.539

Jerez de la Frontera

123,64%

51.339

63.473

Palma de Mallorca

123,26%

51.871

63.937

Granada

110,41%

68.743

75.900

Cádiz

97,98%

70.811

69.382

Subtotal de las 18

175,85%

1.440.459

2.533.071

Total con + de 20000

201,56%

1.975.296

3.981.353

España

120,46%

15.454.514

18.616.630

Fuente: elaboración propia

Las divergencias se producen cuando contrastamos el crecimiento de cada uno de estos núcleos urbanos, véase la Tabla VI que contiene el aumento porcentual absoluto de los 18 municipios, el incremento porcentual de su subtotal, el de la totalidad de los municipios con más de veinte mil residentes y el general de España. Como se puede apreciar, todos los municipios con más de 20.000 habitantes duplicaron la población que en ellos residía y quintuplicaron la media de crecimiento española. Por el contrario, los grandes núcleos experimentaron un crecimiento inferior en un 25%.

Resulta muy significativo que, si exceptuamos el caso de Bilbao que rondaba las 20.000 personas en 1857, todas las ciudades con más de 50.000 crecen por debajo de la media de los municipios que superan el índice de ciudad. Si excluyo Barcelona del citado computo, es a causa de la suma de anexiones17 municipales que se produjeron en este período, de igual forma habría que actuar con la ciudad de Valencia que también procede a la anexión de un número significativo de municipios colindantes y, en menor medida, las anexiones menos relevantes de Madrid y Zaragoza. De igual modo, resulta revelador que de las mayores ciudades españolas, solamente Granada tuviera un crecimiento inferior a la media española y Cádiz redujese su población.

1Estadística de Praga

2Incorpora en el censo de 1887 los municipios de Alfocea 240 habitantes, Casetas 361, Juslibol 393 y Monzalbarba 707.

Incorpora en el censo de 1897 Peñaflor con 1.062 personas.

En total había incorporado 2.763 habitantes.

3El censo de 1897 incorpora el municipio Abando que tenía 4.015 habitantes en el censo de 1887.

4En el censo de 1877 incorpora Beniferri, Benimaclet, Patraix y Ruzafa que tenían 14.127 habitantes en el censo de 1860.

En el censo de 1887 incorpora Benimamet y Orriols que tenían 1.921 habitantes en el censo de 1877.

En el censo de 1897 incorpora Borbotó, Campanar, Mahuella, Pueblo Nuevo del Mar y Villanueva del Grao con 19.839 habitantes en el censo de 1887.

En el censo de 1900 incorpora Benifaraig, Carpesa y Masarrochos con 2.065 habitantes en el censo de 1897.

En total había incorporado 37.952 habitantes.

5El censo de 1887 incorpora La Alameda que tenía 274 habitantes en 1857.

6El censo de 1897 incorpora los municipios de Gracia, San Andrés de Palomar, San Gervasio de Cassolas, Sans, Corts y San Martín de Provensals que tenían una población de hecho en el Censo de 1887 de 124.830 habitantes.

Distribución regional de la población 1833 a 1900

Distribución regional 1833 a 1900 (Texto con Tablas y Gráficos. Versión en PDF)

Antonio Camarero Gea.- Distribución regional de la población española 1833 a 1900

En los sistemas censales anteriores al año 1833 sería necesario ajustar el conjunto de municipios, lugares, aldeas que conformarían un mapa territorial con unos espacios territoriales homogéneos para poder ver los comportamientos de la población de la que se habla en un espacio determinado. Esa homogeneidad permitiría medir de forma fidedigna la trayectoria de la población en regiones técnicamente equiparables en el tiempo.

Como he indicado anteriormente, la razón que justifica la evaluación desde el año 1833 es la similitud en la unidad de medida territorial contemporánea, la provincia, para establecer la secuencia temporal comparativa, que toma como punto de partida la reforma administrativa de Mendizábal.

Esta reforma fue el origen del sistema administrativo liberal y base de un sistema uniforme y centralista de la organización de la administración del estado, que reformó o reconvirtió las estructuras territoriales de los reinos y constituyó una organización de los municipios integrados en provincias cada una con su respectiva diputación provincial.

Esta es la causa fundamental para motivar que todo tipo de tratamiento territorializado de la información sobre la población, precedente o posterior, debe contar con una unidad de medida territorial tipo (UMTT) que establezca un espacio sincrónico que permita establecer las correspondientes comparaciones diacrónicas.

La necesidad fundamental de la unidad de medida territorial tipo deriva de las alteraciones diacrónicas de la superficie en la que se asientan los habitantes de una organización social, objeto de la investigación, a lo largo de la historia y que en función de la alteración espacial nos dará una mayor o menor densidad de población instalada en el mismo.

Por esta razón, emplearé como unidad de medida territorial tipo la provincia, que contiene un número determinado de municipios, y como denominación del espacio territorial extenso la Comunidad Autónoma recogida en la Constitución española de 1978, que en algunos casos puede tener una correspondencia más o menos ajustada con los reinos o las regiones peninsulares históricas.

En la Tabla III incluyo la actual comunidad autónoma con la proporción de su superficie en el conjunto territorial del país, la población de hecho absoluta de los censos correspondientes en cada territorio y lo que representa en cada momento el porcentaje de la población de cada región en relación con la población total española.

Con estos datos pretendo obtener la evolución general de la distribución de la población por territorios, de sus tendencias y sus dinámicas de concentración, de dispersión o de estabilidad.

TABLA III

Evolución demográfica

1833 a 1900

Comunidad

Superficie % Km.

Población 1833

% de España

Población 1857

% de España

Población 1900

% de España

Andalucía

17,31%

2.404.132

19,57

2.937.183

19,01

3.562.606

19,14

Aragón

9,43%

734.685

5,98

880.643

5,7

912.711

4,9

Asturias

2,10%

434.635

3,54

524.529

3,39

627.069

3,37

Baleares, I.

1,00%

229.197

1,87

262.893

1,7

311.649

1,67

Canarias

1,47%

199.950

1,63

234.046

1,51

358.564

1,93

Cantabria

1,05%

169.057

1,38

214.441

1,39

276.003

1,48

Castilla La Mancha

15,70%

1.244.708

10,13

1.203.248

7,79

1.386.153

7,45

Castilla y León

18,62%

1.583.098

12,88

2.083.129

13,48

2.302.417

12,37

Cataluña

6,35%

1.041.222

8,47

1.652.291

10,69

1.966.382

10,56

Extremadura

8,23%

547.420

4,46

707.115

4,58

882.410

4,74

Galicia

5,84%

1.471.982

11,98

1.776.879

11,5

1.980.515

10,64

Madrid

1,59%

320.000

2,6

475.785

3,08

775.034

4,16

Murcia

2,24%

283.540

2,31

380.969

2,47

577.987

3,1

Navarra

2,05%

230.925

1,88

297.422

1,92

307.669

1,65

País Vasco

1,43%

287.530

2,34

404.445

2,62

603.596

3,24

Rioja

1%

147.718

1,2

173.812

1,12

189.376

1,02

Valencia, C.

4,60%

957.142

7,79

1.246.485

8,07

1.587.533

8,53

Fuente: elaboración propia

Para este período destaca un componente regresivo relativo constante para las regiones de Aragón, Castilla La Mancha, Castilla y León y Navarra tanto por el descenso relativo de la población como por una densidad de población inferior a la media española.

En 1833, dichas regiones del interior, que abarcan el 45,8 % del territorio, representaban únicamente el 30,87% de la población española, descendiendo hasta el 26,37% en 1900 a pesar de haber contado con un crecimiento absoluto positivo.

Con respecto a las regiones antes citadas este descenso relativo fue diferente en el caso de Andalucía, Asturias, Baleares, Galicia y La Rioja. Pues aunque también tuvieron un retroceso relativo de su población, si que mantuvieron una densidad superior a la media.

Resulta más significativo el impacto descendente en Baleares, Galicia y Rioja, estas tres regiones con un territorio que representa el 7,84% del país transitaron desde un 15,05% en el año 1833 a un 13,33% en 1900. Mientras que en Andalucía y en Asturias con un 19,4% del suelo patrio evolucionaron entre ambas fechas de un 23,11% a un 22,51%.

Sin embargo, el impacto relativo del descenso osciló en menos de cinco puntos en los casos de Andalucía (97,8), Castilla y León (96) y Asturias (95,2), más de diez puntos en las Baleares (89), en Galicia (88,8), en Navarra (87,8), en La Rioja (85), en Aragón (82) y, por encima de los veinticinco puntos Castilla La Mancha (73,5).

Todas las regiones que tuvieron un descenso relativo, independientemente de su mayor o menor densidad, abarcan el 73,05% del territorio y representaban un 69,03% de la población en 1833 que agrupaba solamente al 62,21% de la población en 1900.

Resalta de forma destacable y requiere una consideración especial el caso específico de Extremadura, que experimento un aumento relativo y absoluto de su población, aunque persistía su baja densidad demográfica durante estos años, sin que por tanto supusiese un cambio notable de su estructura demográfica en el conjunto nacional. El aumento que tuvo esta región equivaldría a un 6% en estos 67 años.

Por el contrario, sobresalen como regiones expansivas las islas Canarias, Cantabria, Cataluña, Madrid, Murcia, el País Vasco y Valencia cuya población aumentó tanto en términos relativos como absolutos y, por tanto, derivó en el consiguiente incremento de la densidad. Cuando estas siete regiones comprenden una extensión del 18,73% del territorio del reino y progresaron desde un 26,52% en el año 1833 hasta alcanzar un tercio de la población española en 1900. Estas siete regiones tuvieron un incremento relativo diferente, el más elevado fue para Madrid (60), País Vasco (38), Murcia (34), Cataluña (25), Canarias (18) y por debajo de los diez puntos Valencia (9,5) y Cantabria (7). Es un indicativo del reparto desigual del aumento expansivo.

Todo ello pone en evidencia, que durante el siglo XIX, hay un proceso regresivo o de desplazamiento de la población de las grandes y extensas regiones del interior con baja densidad, mientras que la alta densidad de población se concentra en algunas regiones marítimas y en Madrid.

Ahora bien no se puede obviar que hubo un repunte en Castilla y León y Navarra, coincidentes con el retroceso de las Canarias en 1857. Por el contrario, es casi imperceptible el descenso de Cataluña y el leve repunte de Andalucía en 1900.

 

 

La Población de España 1797 a 1900

La población de España 1797 a 1900 (Texto con Tablas y Gráficos. Versión en PDF)

A lo largo de los años se han realizado censos de población que afectaban a los territorios españoles comprendidos en los antiguos reinos de la unificada corona austriaca y borbónica. Los recuentos de población de la corona se efectuaron en 1594, el Censo de Aranda 1768 y 1769, el Censo de Floridablanca 1787 y el Censo de Godoy 1797, que tomaré como referente para finales del siglo XVIII.

El siglo XIX dispone de los recuentos correspondientes al reinado de Fernando VII de 1822, 1826 y de Isabel II de 1833, 1846, 1850 previos al comienzo de los Censos oficiales españoles. Pero no será hasta la última etapa del reinado de Isabel II, cuando Pascual Madoz, desde el ministerio de Hacienda, establezca las bases de los Censos Oficiales iniciados ya de forma sistemática desde el año 1857, 1860, 1877, 1887, 1897 y 1900.

Reseño como el censo más relevante del siglo XIX, previo a las series de Censos oficiales, el correspondiente al año 1833. Pues se corresponde con la reforma territorial de Javier de Burgos al introducir ya la estructura provincial contemporánea de 49 provincias la cual, en líneas generales salvo algunas modificaciones territoriales, mantuvo su vigencia hasta la dictadura de Primo de Rivera, momento en que se llevó a cabo la división del archipiélago canario en dos provincias, hecho que quedaría reflejado por primera vez en el censo de 1930, que se corresponde con las actuales 50 provincias que configuran el nuevo estado moderno.

Por tanto, hasta el censo de 1833, no dispuso el Estado de la estructura administrativa provincial (diputaciones), que dará origen a la homogeneidad territorial contemporánea, con independencia de que esta sufriera alteraciones en sus términos municipales o en sus límites provinciales, por agregación o segregación. Aunque la citada reforma obviamente no tendrá consecuencias en el recuento general de la población de España, si afectará a los recuentos territoriales y a la posibilidad de establecer un referente de partida para las comparaciones precedentes al período indicado de 1833. Requeriría un trabajo territorial sistemático, en que se elaborase una distribución tipo de la población a lo largo de los siglos de todos los lugares poblados (superficie ocupada), la forma de ocupación del territorio (concentrada, dispersa o mixta) y su ubicación en una unidad geográfico-administrativa común (municipio).

Para el análisis del comportamiento de la población de España establezco como punto de partida para la base de cálculo comparativa el Censo de Godoy, referente de finales del siglo XVIII. En la correspondiente tabla (véase PDF) se comprueba como evoluciona la población española en un espacio de tiempo largo, como se puede apreciar desde el año 1594, tiene una tendencia al crecimiento constante en la totalidad de los recuentos hasta el Censo de Godoy. Hasta esa fecha, el incremento a lo largo de esos doscientos años fue algo superior a un 25%, lo que equivale a unas 11.847,6 personas al año. Sobresale del citado aumento el crecimiento, en un tiempo corto, entre los Censos de Aranda a Floridablanca, que fue aproximadamente de unas 55.000 personas al año, que se redujo a algo menos de la mitad unas 27.000 entre el de censo Floridablanca y el de Godoy.

En el siglo XIX es cuando empieza a apreciarse el comienzo de un importante despegue demográfico, al consolidarse un crecimiento sostenido en el tiempo que representó algo más de un 75%. Por tanto, no resultaría osado considerar que se inicia un nuevo período histórico-demográfico cuyo incremento cuantitativo fue el más importante desde que se dispone de series estadísticas sistemáticas de población en España. Este aumento se intensificó en los primeros sesenta años comprendidos entre 1797 y 1857 (46%), lo que equivalía a un promedio de unas 82.000 personas por año, volumen que se atenuó en una décima parte en los siguientes 43 años incluidos entre 1857 y 1900 (30%) que supondrían una leve reducción a unas 73.600 almas anuales.

El crecimiento intercensal refleja grandes desequilibrios (véase PDF), que se aprecia en los picos de sierra de los años 1857, 1887 y sobre todo en el de 1900 y las mesetas de finales del siglo XVIII y la de 1857 a 1877. Los censos precedentes tienen unos comportamientos regulares, próximos al crecimiento absoluto que se produjo entre los Censos de Aranda-Floridablanca y, por lo general, resultaron equivalentes. No aconteció lo mismo con los tres citados, ni con las dos fases de estancamiento.

Sería preciso evaluar los diferentes impactos críticos (conflictos bélicos, hambrunas, epidemias, desaparición del imperio colonial americano y asiático, movimiento migratorio) entre los diferentes censos para poder considerar la consistencia de los datos de alguno de estos censos. De todas formas, ello no es óbice para confirmar en conjunto que se transitó de un crecimiento intercensal desde finales del siglo XVI a finales del XVIII de unas once mil quinientas personas anuales hasta alcanzar las más de setenta y ocho mil del siglo XIX.

En los gráficos (véase PDF) podemos observar el fenómeno indicado de los picos de crecimiento, tanto absolutos como relativos de los recuentos de 1857, 1887 y de 1900. Además resulta sintomático comprobar como se aprecia el impulso expansivo concentrado de 1833 a 1857, por encima del correspondiente al producido entre 1897 y 1900, cuando se emplea como factor corrector el crecimiento relativo sobre la población de partida del censo anterior.

Por lo que puedo concluir que el crecimiento relativo español en el siglo XIX alcanza su punto álgido en 1857, seguido del correspondiente a 1900 y de 1887.

https://antoniocamarero.es/la-poblacion-espanola-1797-a-1857/

https://antoniocamarero.es/2015/11/24/poblacion-de-madrid-en-la-corona-de-espana-1797-a-1857/

Distribución regional de la población 1833 a 1900

Población de Madrid en la Corona de España (1797 a 1857)

Para el conocimiento de las características de la población en el siglo XX conviene esbozar un breve panorama comparativo de la población que vivía en el reino de España. En 1797[i] quedaron censadas 10.538.777 personas que en 1857 ascendieron a 15.454.514. Es decir, en los sesenta años transcurridos entre el censo de Godoy y el de Madoz la población experimentó un crecimiento de un 146,6%, lo que equivaldría a unas 81.929 personas de promedio al año, si se hace la correspondiente proyección de la media representaría unos 13.488.221 en el año 1833 y no se alejaría en demasía de la población censada en el año 1833 que ascendía a 12.286.941 súbditos de la Corona.

Ahora bien la villa de Madrid evoluciona desde los 167.607 habitantes en el censo de 1797[i], lo que representaba un 1,59% de la población censada y en 281.170 residentes en 1857, alcanzaba un 1,82% del total. Si se hace la misma proyección en los referidos sesenta años experimentó un incremento de 113.563. Supuso un aumento de la población de 167,66%, superando la media española, significaba unas 1.892,7 personas de promedio al año.

Hay que tener en consideración que entre el último censo del XVIII y el de mediados del XIX se vivieron en los primeros treinta años la destrucción estratégica de la flota española (Trafalgar 1805) que dejo aislado el reino de España de su imperio. Los británicos limitan al mínimo el comercio marítimo con las colonias. Los seis años de la guerra de la Independencia con las pérdidas de vidas, la reducción de nacimientos, la consiguiente disminución de la cabaña ganadera, la reducción de las explotaciones agrarias y el deterioro de los sistemas de comunicación. Finaliza este primer ciclo con el exilio de los afrancesados y liberales y la debilidad del comercio y la capacidad de enviar tropas a las colonias, de 1810 a 1825 se producen los procesos de independencia en las colonias hispanoamericanas (excepto Cuba y Puerto Rico). El Trienio liberal 1820 a 1823 se produce en ese contexto, con sus retornos y sus exilios, el conjunto de levantamientos y asonadas liberales o absolutistas. Se cierra el ciclo político la intervención y estancia de los Cien mil hijos de San Luis y los levantamientos absolutistas previos a la muerte de Fernando VII.

Solamente los altibajos del panorama político por si mismo justificaría la reducción de la media de crecimiento a 48.560 personas anuales entre 1797 y 1833, que representaría una merma de al menos 1.200.000 habitantes. Además a ese panorama hay que añadir el endeudamiento del reino, las víctimas de los once años de epidemias y los cinco de crisis de subsistencias o agrícolas. A lo que habría que añadir la destrucción de las vías de comunicación y la inseguridad en los desplazamientos.

Si ese era el panorama general en el caso madrileño la proyección nos permitiría apuntar unos 56.781 moradores más en 1833, si hubiese sido equilibrado el crecimiento, y el resultado para estos años fue por el contrario de un descenso de mil personas. No solamente no hubo aumento demográfico, sino que se produjo un ligero descenso o estancamiento de la población. Lo que evidencia un debilitamiento de la capitalidad del estado absolutista.

Mientras que en el primer período de la corona de Isabel II, incluidas las regencias de su madre y de Espartero, de 1833 a 1857 supuso para la corona española el crecimiento de unos 115.590 habitantes de media anual. Aunque el sosiego no fue una de las características del período con seis años de epidemias y cuatro de crisis de subsistencias, los años de guerras carlistas (1833 a 1840)(1846 a 1849), las guerras coloniales de Marruecos, los conflictos civiles de Madrid y Barcelona, las aventuras coloniales, el nacimiento de un estado de nuevo tipo, la introducción del ferrocarril, el gran proceso desamortizador (eclesiástico y municipal) y la fundación de la Guardia Civil introduciendo un sistema de seguridad y de represión.

En esos años la Villa madrileña aumenta en 114.563 personas o algo más de un 66% de incremento o 4.773 nuevos pobladores de promedio anual. Se inicia un cambio de tendencia favorable al refuerzo del modelo centralista de la burguesía. Entre 1833[ii] y 1837 se produce la reforma de la administración (Ayuntamientos y Provincias), finalizando la centralización con la organización territorial de las Coronas de Castilla y de Aragón.

[i] El Censo de 1797 o Censo de Godoy. Vicente Pérez Moreda “En defensa del Censo de Godoy: observaciones previas al estudio de la población activa española de finales del siglo XVIII”, en Historia económica y pensamiento social, Madrid 1983, pp. 283-299,dice que es evidente la superior calidad de la información que facilita sobre cualquier otro hasta la segunda mitad del XIX, se refiere al censo de 1857.
[ii] Javier de Burgos sienta las bases de las 49 provincias españolas y 15 regiones.

Reflexiones de trabajo

Los días transcurren con tranquilidad, sirven para reflexionar sobre uno mismo, en la propia identidad personal y en los condicionantes que nos impone un ritmo acelerado de actividad.

Mis preocupaciones se centran en las personas en sus momentos vitales (sincrónicos y diacrónicos), en los espacios donde residen, en las respuestas ante la vida cotidiana, en la elaboración de conceptos sociales y en las facilidades o dificultades para vivir el presente (cimiento del futuro) que las administraciones (públicas y privadas) y los gobiernos llevan adelante.

Los momentos vitales tienen sus indicadores básicos en el elemento de partida CENSO DE POBLACIÓN (sotck en un momento determinado), en el elemento original (vida) de cada uno nacimiento [inicio] y muerte [fin] (movimiento vegetativo que altera el stock), en el elemento formal del emparejamiento (rechazo el concepto de matrimonio que es un concepto jurídico ideológico) que puede devenir en descendencia.

En cada uno de los momentos del elemento original (vida) las personas han de dar respuesta, de forma más o menos consciente, a las necesidades básicas.

Por necesidades básicas entiendo:
La
nutrición (comida y bebida) permite los procesos de asimilación y desecho de productos asimilados por nuestro organismo para realizar las funciones vitales y su opuesto, la desnutrición. Aunque parezca innecesario requiere también la consideración de los desechos personales (defecar y orinar).

La movilidad permite mantener en funcionamiento nuestro organismo y la obtención de los recursos que garanticen la supervivencia.

El alojamiento lugar donde residir para permanecer en los momentos de descanso o de actividad cotidiana de la unidad familiar y la ausencia de alojamiento.

La energía que permita garantizar la iluminación y la generación de cambios de temperatura de estancias, alimentos, líquidos.

El ajuar imprescindible para efectuar la actividad social de la unidad familiar (útiles para preparar los alimentos, para consumirlos, para almacenarlos).

El vestuario utilizado para defenderse del medio natural (frío, calor, lluvia, nieve, viento,…)

La comunicación permite por medio de códigos comunes entendernos entre las personas emisores y receptores de mensajes y nos permiten vivir en sociedad.

Cada uno da su respuesta a cada una de las necesidades básicas. Pero lo relevante es el conjunto de cambios que se producen de forma consciente o inconsciente. El ejemplo más simple es la acción indirecta para la modificación del vestuario y la acumulación que se produce de ropa y calzado.

Cada uno encuentra diferentes justificaciones a los comportamientos sociales. El ejemplo actual puede ser la tradición de hace más de 500 años de acorralar y eliminar a un animal indefenso, que haya una tradición no significa que su acción se corresponda ética y socialmente 500 años después.

Cada uno mantiene con sus impuestos, tasas, cotizaciones las estructuras administrativas y de gobierno que deben facilitar la convivencia de la ciudadanía y la forma de funcionamiento del sistema económico y social.

El tratamiento de estos apartados es en lo que se centran mis proyectos más inmediatos. Sus resultados irán cobrando forma con el transcurso del tiempo.