Casos y cosas

Vi a una mujer saliendo de una carnicería. Aunque la pregunta normal entre hombres sería ¿era guapa? Mi pregunta fue ¿qué me llama la atención?

Lo que me llamó la atención. No fue que saliese de una carnicería. Aunque ya supone un éxito encontrar una carnicería en el día de hoy. En el mundo de los cerramientos, cercados, parcelados urbanos dónde se mete, perdón, se meten las personas libremente o al menos eso se nos dice. Las tiendas de barrio van siendo eliminadas y sustituidas por los cerramientos, cercados de las grandes superficies.

Reflexioné, de nuevo, y me dije que atrae mi atención. Su calzado eran unas esparteñas, que no están de moda durante el otoño. Pero a fin de cuentas su color negro degradado no concentraba mi atención. Seguí ascendiendo físicamente en el recuerdo de su imagen. Sus piernas estaban cubiertas por unas gruesas medias que, a partir de la rodilla, estaban ocultas por una larga falda también negra y un bajo de mandil como los de las pescaderas, verde y negro. A pesar de las medias se intuían unas nítidas varices, probablemente producto de permanencias de muchas horas de píe.

Si el calzado y la falda no eran objeto de mi interés en particular. Proseguí el ascenso y encontré una camisa de manga larga cubierta por una rebeca abotonada. Camisa y rebeca eran también de color negro y destacaban dos cosas que rompían la continuidad del color negro. El primero era la continuidad del mandil, que le daba en la parte superior del mismo un leve punto de color. El segundo era un raído crucifijo, que sobresalía por encima del mandil.

Sus brazos cubiertos terminaban en unas manos nudosas, que denotaban la costumbre cotidiana del trabajo desde hacía largos años. Sus uñas eran un libro de la ausencia de cuidados y atenciones. En ellas se veía el corte plano de las tijeras, el retazo de manchas blancas de falta de calcio y como iba incidiendo la laminación quebradiza consecuencia de una insuficiente y deficiente alimentación.

El pecho era algo indefinido, carecía de forma, y la espalda indicaba que su columna empezaba a debilitarse. Todo ello indicaba que la observación respondía a la de una mujer que había vivido dura e intensamente.

Mi curiosidad me producía desasosiego. Me repetía ¿cuál era el motivo de mi observación? Continué la ascensión y comprobé que su cuello indicaba el paso del tiempo. Ese cuello que en muchas ocasiones se define como de ave de corral. Su cara parecía formar parte de un trozo de cuero que no ha sido tensado, que ha perdido frescura y unos ojos pequeños. En aquellos ojos con pequeñas pestañas y grandes cejas se podía penetrar hasta muy dentro de su ser. Eran ojos tristes, pesados, cansados, con grandes bolsas. La frente parecía un campo surcado. Las orejas ¿dónde estaban las orejas? No las recordaba. Me concentre para obtener la imagen de sus orejas, no lo conseguía. Su pelo ¿Cómo era su pelo, de que color? No encontraba explicación.

De repente recordé. La mujer llevaba un pañuelo negro que cubría su cabello y sus orejas.

Es curioso comprobar que hace pocos años en nuestros pueblos y ciudades eran abundantes las mujeres como la que he descrito. Ahora nos extraña ver a las mujeres que proceden del mundo musulmán que cubren su cabeza y protegen su intimidad consecuencia de una cultura patriarcal y de una concepción de la vida y del mundo que consideraba que la moral y la decencia de un hombre era la que marcaba el cura y el marido-padre propietario de la mujer.

No está tan lejos muchos de nosotros hemos visto a estas mujeres maltratadas por la sociedad, incluso en muchas ocasiones por las propias mujeres, si incumplían con el guión establecido.

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